Carta primera Parte I

Vivimos en una época en la que los discursos se desbordan sobre nosotros, nosotros mismos nos volcamos dentro de las palabras, me resta siempre de dichos instantes el recuerdo voraz de esa intensa relación pasional. Yo, hoy siento una enorme emoción al escuchar la palabra vanguardia, siento cómo el gran vacío que le ha venido acompañado desde hace un rato, se empieza a llenar gota a gota, por unas gentes que se son casi invisibles entre sí, y que sin embargo coinciden eventualmente por obra del discurso que no cesa de moverse, entonces recuerdo la profunda verdad que encierra la expresión “no hay coincidencia en el discurso”. Tengo un conjunto de necesidades elementales, no todas muy nítidas, una de ellas consiste en retornar al vértigo vivaz de lo que esa maravillosa palabra constituye, en su entramado verdadero, en su médula. ¿Entonces esto es siempre sobre cuestiones medulares?: Absolutamente. Esa sería por supuesto una deliciosa definición de densidad, cuando uno posee escasas cosas más que su propia relación con los discursos y con las ideas, es esa la densidad de la que el propio cuerpo consta, la densidad de las cuestiones medulares, siempre riesgosas, pendiendo de hilos delgados. Como sea, hasta la telaraña más resistente consta de hilos finísimos, me he dado a veces el lujo de nombrarle trama a ese tejido, como el nudo de cualquier narrativa, esa densidad es nuestra trama, ese despertar lentísimo y múltiple es perfectamente evocado por la expresión “algo se trama”. No se cómo son las cosas hoy que lees, pero hoy, tratamos, algunas gentes, de jugar con fuego entrometiéndonos en esa trama pesada, el tejido de lo que constituye cualquier clase de relación discursiva, es decir, de tu cuerpo con tus palabras, de como tu cuerpo se mueve con las palabras del otro, le suelen llamar la tela del juicio.

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