Cómo llegaron estas cosas al
blog, francamente sin comentarios, quería pasar a otra clase de temas pero como
estoy saturado de Heidegger ese cansancio le da a este escrito que posteo
enseguida un retorno al mundo real e impredecible.
Se trata de un fragmento de una
carta de Eloisa a Abelardo, es más o menos famosa esa relación. Lo encontré en
un libro de Ikram Antaki y es curioso por que ella rara vez habla de este tipo
de cosas, pero he aquí que en uno de sus dos libros sobre pasajes de la
filosofía le reserva en el primero un espacio a Abelardo y Eloisa; un sitio muy
parecido le da a un capítulo sobre Michel de Montaigne en el segundo libro, digamos
que el de Abelardo y Eloisa es sobre el amor y el de Montaigne sobre la
amistad.
Es mucho antes del renacimiento
casi edad media, Ikram junta como referencia a un florecimiento de la filosofía
de ese tiempo con Anselmo, Rocelin, Abelardo, culminando con Alberto el Grande
y Tomás de Aquino.
Más que de Abelardo quiero hablar
de Eloisa. Su carta:
“A pesar de que el nombre de
esposa parezca más fuerte y más sacro, el de amante tuya siempre ha sido más
dulce a mi corazón y, si me permites decirlo, aún más dulce el nombre de tu puta.
Tomo a Dios por testigo, que si Augusto, el amo del mundo, me hubiera
considerado digna del honor de su alianza y me hubiera garantizado el imperio
del universo para siempre, me hubiera sido más valioso y más glorioso ser
llamada tu prostituta que su emperadora. ¿Cuáles reyes o cuáles filósofos
hubieran podido igualar tu nombre? ¿Qué pais, qué ciudad, qué aldea no deseaba
verte con fervor? ¿Quién no corría a contemplarte -dime-, cada vez que
aparecías en público? ¿Qué esposa, qué virgen, no se ha quemado por ti en tu
ausencia? Y, ¿Qué reina, qué princesa, no ha envidiado mis alegrías y mi lecho?
Ahora, dime -si puedes-, por qué después de mi retirada del mundo, retirada que
tú sólo has exigido, por qué me has olvidado hasta el punto de negarme la ayuda
de tu presencia y tus charlas o el consuelo de tus cartas. Dime –si te atreves-,
o déjame decir lo que todos saben: es la conscupiscencia, más que el amor, lo
que te ha amarrado a amí; por ello cuando has dejado de desear, todas esas
demonstraciones de ternura han desaparecido”. Estamos hablando del siglo XII.
Más adelante Ikram se pregunta: “¿Qué
quiere Pedro Abelardo? Lo anima un deseo de gloria, no en las proezas
caballerezcas, sino de otro tipo. Ser filósofo en el siglo XII es practicar la
dialéctica, es discutir, amaestrar el arte del razonamiento, que enseña a
aprender y a anseñar. La lógica puede ser la obra de un pensador solitario, que
va de razonamiento en razonamiento para llegar a una conclusión. La dialéctica
supone discusión o disputa; así que prefirió la pasión del saber y el traje de
clérigo a la cota de mallas de los caballeros”.
Googleando un poco me encontré
este pedacito de Abelardo:
«...Los libros permanecían
abiertos, pero el amor más que la lectura era el tema de nuestros diálogos,
intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían con más
frecuencia a sus senos que a los libros […]»
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