Dicen que la vida es más breve que el arte, y tienen razón,
pero en esta brevedad, el deseo sobrepasa al arte y a la vida, el deseo mata
personas, gana medallas y hace historias. El deseo es enorme e incontenible, y
otra serie de adjetivos que son peligrosos y grandiosos a la vez por que son
tentadores: como “voraz” o “brutal”.
Toda la vanguardia está caracterizada por esa brutalidad.
Pero la brutalidad es primitiva, casi rudimentaria. Cuando algo deja de ser
brutal para ser paciente y sofisticado pierde mucho interés y aunque se queda
reservado para unos pocos, se hace lujoso, es el arte más grande, hace
desaparecer cualquier clase de soledad, no requiere de legitimación, sólo es, y
ya.
Es verdaderamente difícil plantear el arte plástico desde el
pensamiento, aún así, esto del arte conceptual me ha permitido una brutalidad
racional, una pasión por la razón. El arte conceptual es una colisión, nace de
esa paradoja donde lo pasional y lo racional dejan de ser opuestos para
permitirse no un pacto si no una complicidad; es una vorágine, una imagen de ouroboros
que veo materializada fuera de mi casa, cada que veo un perro que persigue su
cola.