Debieron decirnos que después de tantas tempestades habría algunas calmas, habríamos dejado algo después de arriesgarlo todo, en cada momento a cambio de la pobre sensación de inmunidad. Estar en la orilla para lanzarse una y otra vez al vacío pensando que en algún momento llegaría el fondo.
Bueno, probablemente este sea el fondo de las cosas, aunque se vive a otra velocidad, sí se puede caminar a orillas de la autopista. La paciencia se convierte en el objeto de denominación más alta. Ya no se goza de lo común ni se festeja en la multitud. No se ve más al enemigo con odio, si no con serenidad. Se baila con los lobos.
Cuando uno se obsesiona y vive desesperado el tiempo se va sin sentirlo. Uno se atraganta. No más, es momento de asumir todo despacio, de descubrir que el cuerpo no es una tubería, de sentir cada sabor.
Es el atardecer, se acerca la hora de la elegancia.
En TURBO (Supercomprimidos II)