SOMOS FALIBLES


Me pareció muy curioso, un día que hablaba con unos activistas sobre ética, que ellos consideran que concebir un aparato moral es como concebir una máquina de estado, que la moral es una imposición por que plantea límites y dirige conductas. Me recuerda a una moda que prevaleció a finales del siglo pasado y que aún subsiste pero más tenuemente, aquella que separa por completo la filosofía, del pensamiento sobre moral, por considerar que hay temas que sólo pueden ser presentados en abstracto. Pienso que es cierto en parte eso de que hay abstracciones que son necesarias y que no pueden tratarse de otra manera, sin embargo eso no excluye que haya otros espacios para trabajar cosas irresueltas como las que trata la filosofía política y los estudios sobre moral. 

Se me hizo extraño que personas que defienden derechos consideraran que hay discurso de poder en una ética. Aún así, no acostumbro desechar aquello que me resulta difícil de entender y llevó un tiempo hacerme una idea de cómo tratar el tema. Entonces tenemos enfrente la complejidad de la oposición entre la tolerancia y la intolerancia. 
Se suele decir, ya casi por costumbre que hay que pretender la tolerancia, creo entender la postura de aquellos activistas que la defienden, si entendemos que esa defensa se opone al hecho de que un sistema ético está delimitado ya que, cuando menos con ambigüedad, tiene su límite de tolerancia.

Pero es muy interesante cuando Paul Ricoeur, quien se interesó en la filosofía moral en momentos en que ese tipo de trabajo estaba casi completamente abandonado y excluido por las modas nihilistas, afirma que el mal no es en absoluto tolerable. Queda entonces desmantelada la común idea sobre la bondad de la tolerancia (esto no es cualquier cosa si pensamos en todo lo que se cobija en algunos países bajo enmiendas de libertad de expresión, que son consideraciones muy progresistas pero altamente amorales, no se confunda con decir inmorales, sino ausentes de consideración moral, es decir que no están adaptadas a lo factual). 

Quiero hablar, sin embargo, del mal, pero de manera más simple, diciendo que el mal es natural, lo que esto quiere decir es que está inscrito en la naturaleza humana, y ese “mal” no es otra cosa que la falibilidad. 

Somos falibles.

Hablemos, ahora sí, de corrupción. Se habla de sistemas corruptos, de instituciones corruptas. Esta es, sí, un asunto político, pero se nos olvida que es a profundidad un asunto moral y que en ese concepto no se trabaja de lo macro a lo micro sino al contrario. Se nos olvida que en las biopolíticas y en las políticas del cuerpo no hay manifestaciones. 

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