Tenemos la imagen del naufragio como la de un momento en el que se separa del espacio común, tenemos la imagen del náufrago que se separa, claro, lo hace sin querer, y como se encuentra ahora fuera del espacio común, podemos decir que no sabe dónde está, agregaremos ese desconocimiento, no saber a veces incluso, como se llegó hasta ahí, tan lejos. Pero sólo momentos después de consumar esa imagen, se solidifica la del lugar por sí mismo, lugar que se supone está ahí, y se supone sólo hasta ese momento, que ha estado ahí desde antes, si se pudiera creer en el destino, se pensaría entonces que ese sitio predestina, que ha estado ahí esperando el momento, pero la literatura que edifica no puede permitirse ese lujo, ya que si lo hiciera se pensaría que es sólo cuestión de tiempo para que las cosas sucedan y no es así, las cosas no van a pasar si no hay movimiento, por el contrario es acerca del exceso de lo que no puede dejar de producir, de lo que no deja de desbordarse, por ello debe entenderse ese lugar como un lugar presente pero novedoso, como un lugar, al fin abierto.
La isla es ese sitio, está ahí, es en potencia, pero sólo eso. No solemos llamarle así porque le desvanecemos al decir simplemente “aislarse” o “aislamiento”. Finalmente hay que pensarle, hay que pensarle antes, concebirle, someterle, al menos tocarle, pero antes, ¿Concebirle por qué? porque qué más da, todo se somete a discurso tarde o temprano, “qué más da” porque la expresión es precisa, no ganaremos nada, ni tiempo, justo en éste momento suceden muchas cosas afuera y uno escribe y uno lee, uno ya es un volcán en potencia en medio del mar. Pero ciertamente de lo que sí se trata es de encontrar sentido más afuera de lo aparente, de tocar el movimiento, el metabolismo, de ver como cambia la sintaxis en la piel que se le cae a uno todos los días, de ver la vida verdadera, de asumirla en vida y no después. Esto es interesante porque hay que pensar todos los procedimientos de aislamiento como una fluctuación y como algo que no está escrito pero que "se" escribe, en lugar de decir que "se" describe. Antiguamente se pensó que las cosas se leen, que se describen, que tienen un sentido y ese simplemente se ve o se conoce. No hablamos, ni tenemos porque hacerlo más, de conocer, hablamos de pensar. No estoy describiendo si no escribiendo. No estoy asumiendo, si no pensando. Suficientes cosas han sucedido para hablar de lo que se escribe y olvidar lo que se describe, el único momento que habrán de compartir antes de separar su código, es el del hallazgo, el hallazgo es el espacio común, y sin embargo en ambos códigos (pensar, conocer) el hallazgo es distinto, siendo precisos, completamente precisos, pensar en lo que se escribe implica decir que el hallazgo no tiene forma, es pura transformación, es puro movimiento, el hallazgo en ese sentido no se lee tampoco, no es una cosa que está ahí dada, es un momento, es una coincidencia, un encuentro de algo que no es otra cosa que el encuentro con el pensamiento que le someterá tarde o temprano a sí mismo y lo convertirá a su sintaxis para poder decir que eso (la isla por ejemplo) también se escribe. Entonces es sometido a discurso.
La primera vez que leí a Emile Ciorán descubrí algo que no esperaba, se que debe suceder eso para poder llamarse hallazgo o encuentro, lo leí y no pude concebir para qué escribía, no supe, no me pareció posible pensar que Emile Ciorán escribe para alguien, o que escribe para decir que es infeliz, no me parece que pudiera ser así de inmediata la relación del objeto y su naturaleza, con el medio y su finalidad. No me pareció que hubiera medio alguno. Me pareció más bien que no escribe para nadie, si no a causa de una necesidad vital, una necesidad última o única, limítrofe: es producción. Ha aparecido inesperadamente una noción de producción. La escritura es producción, no tiene nada que ver con la lectura, no son una sola cosa, ni las dos partes de un uno que han sido separadas para concebirse de nuevo. Para reproducirse uno requiere de otro, requiere de género, la producción en cambio es separación completa, genera una génesis completamente nueva, automática, mecánica, plenamente discursiva.
La escritura termina de inmediato y de tajo, todo lo que sucede después no le concierne, sucede demasiado tarde. Ciorán no escribe para darse a entender, no tiene destinatario, no le concierne ésto que escribo, yo no escribo ésto para usted.
La isla es ese sitio, está ahí, es en potencia, pero sólo eso. No solemos llamarle así porque le desvanecemos al decir simplemente “aislarse” o “aislamiento”. Finalmente hay que pensarle, hay que pensarle antes, concebirle, someterle, al menos tocarle, pero antes, ¿Concebirle por qué? porque qué más da, todo se somete a discurso tarde o temprano, “qué más da” porque la expresión es precisa, no ganaremos nada, ni tiempo, justo en éste momento suceden muchas cosas afuera y uno escribe y uno lee, uno ya es un volcán en potencia en medio del mar. Pero ciertamente de lo que sí se trata es de encontrar sentido más afuera de lo aparente, de tocar el movimiento, el metabolismo, de ver como cambia la sintaxis en la piel que se le cae a uno todos los días, de ver la vida verdadera, de asumirla en vida y no después. Esto es interesante porque hay que pensar todos los procedimientos de aislamiento como una fluctuación y como algo que no está escrito pero que "se" escribe, en lugar de decir que "se" describe. Antiguamente se pensó que las cosas se leen, que se describen, que tienen un sentido y ese simplemente se ve o se conoce. No hablamos, ni tenemos porque hacerlo más, de conocer, hablamos de pensar. No estoy describiendo si no escribiendo. No estoy asumiendo, si no pensando. Suficientes cosas han sucedido para hablar de lo que se escribe y olvidar lo que se describe, el único momento que habrán de compartir antes de separar su código, es el del hallazgo, el hallazgo es el espacio común, y sin embargo en ambos códigos (pensar, conocer) el hallazgo es distinto, siendo precisos, completamente precisos, pensar en lo que se escribe implica decir que el hallazgo no tiene forma, es pura transformación, es puro movimiento, el hallazgo en ese sentido no se lee tampoco, no es una cosa que está ahí dada, es un momento, es una coincidencia, un encuentro de algo que no es otra cosa que el encuentro con el pensamiento que le someterá tarde o temprano a sí mismo y lo convertirá a su sintaxis para poder decir que eso (la isla por ejemplo) también se escribe. Entonces es sometido a discurso.
La primera vez que leí a Emile Ciorán descubrí algo que no esperaba, se que debe suceder eso para poder llamarse hallazgo o encuentro, lo leí y no pude concebir para qué escribía, no supe, no me pareció posible pensar que Emile Ciorán escribe para alguien, o que escribe para decir que es infeliz, no me parece que pudiera ser así de inmediata la relación del objeto y su naturaleza, con el medio y su finalidad. No me pareció que hubiera medio alguno. Me pareció más bien que no escribe para nadie, si no a causa de una necesidad vital, una necesidad última o única, limítrofe: es producción. Ha aparecido inesperadamente una noción de producción. La escritura es producción, no tiene nada que ver con la lectura, no son una sola cosa, ni las dos partes de un uno que han sido separadas para concebirse de nuevo. Para reproducirse uno requiere de otro, requiere de género, la producción en cambio es separación completa, genera una génesis completamente nueva, automática, mecánica, plenamente discursiva.
La escritura termina de inmediato y de tajo, todo lo que sucede después no le concierne, sucede demasiado tarde. Ciorán no escribe para darse a entender, no tiene destinatario, no le concierne ésto que escribo, yo no escribo ésto para usted.
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