El
escrito de artista, que inicialmente fue encarnado por el manifiesto, no posee
una verdadera similitud con ningún otro género en particular. Pero hasta ahí no
es todavía una intriga la que se genera, “El amor por la razón es amor a final
de cuentas”, es para este escrito una definición de pasión, lo que dicha
expresión toca, lo que envuelve, es no menos que el tacto de un límite o de un
borde, el tacto del desbordamiento de lo que entendemos por límite, en éste
caso de una orilla de lo estético, es decir un borde de lo que puede ser
considerado como estéticamente posible y por ello tocable, y así mismo, de lo
que es, en ese borde, al filo de ese desbordamiento, un objeto de arte. Pero no
puede terminar ahí simplemente, llegando a ese filo, a ese hilo del discurso
del arte, como un cuerpo expuesto, abierto (no como la apertura de un libro, si
no ex-puesto, vulnerado), ese es apenas el momento en que podemos pensarle, es
un momento de novedad constante, principalmente para el artista. Porque no es
nada sencillo concebir el lugar que tiene en este mundo de las palabras el arte
conceptual pero tiene uno. Esa irrupción inevitable, por si fuera poco, abre su
paso casi exclusivamente en el espacio de las palabras antes de caer sobre la
materia, y es eso lo interminable del evento, se incrusta en el terreno de lo
concebible que le facilita la existencia y se queda ahí, en la estructura de
palabras que sostiene nuestras nociones, todas, del arte actual.
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