Claro que los tengo, no los diré todos para no arruinar la sorpresa. No me veras con un traje negro rentado encima de una
horrenda camisa blanca de telefonista o de chico promedio de fiesta.
Déjame decirte
que el blanco va en las frías, hermosas paredes de los museos, no en las camisas, y yo soy oscuro como el espacio que solo se
distingue bien fuera de las ciudades; oscuro y amargo como el café, negro como
mis pasos.
Oscuro como ese espacio, ese, que viene de dentro de ti en medio de
esos grandes, fabulosos dientes de chicle.
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