Estrellas
que “ya no existen”, la fantasía y la naturaleza como cosas empalmadas y como
cosas distintas. Polvo estelar, rocas y gases ahí donde nosotros todavía vemos
estrellas. En ese frágil encuentro se basa nuestro conocimiento, en ello se
basa la razón: la fantasía en contraste con el movimiento, la impresión de lo
que ya no es. El documento y el objeto. En ello se basa también nuestra
desconfianza.
“La
idea sobre un dispositivo que pudiera poner en movimiento las máquinas sin
utilizar ni la fuerza muscular de los hombres y los animales, ni la fuerza del
viento y del agua cayente, surgió por primera vez, por lo que se sabe, en India
en el siglo XII. Sin embargo, el interés práctico hacia ella apareció en las
ciudades medievales de Europa en el siglo XIII”[1].
La
proposición más radical del procesualismo sería entonces que objeto no hay,
sino proceso. En Heráclito estaba ya esta observación –“todo fluye y nada
prevalece” “nadie se baña dos veces en el mismo río” “en éste río estamos y no
estamos”[2]-,
es a partir de Platón y Aristóteles que se forma un planteamiento sobre una
estática, la escencia, la sustancia. Tal proceso se palpa en un corpus que de hecho es cambiante,
hablamos del cuerpo por que aún en el desconocimiento de nuestro interior
físico, es nuestro objeto inmediato, nuestro estatus. En su continuidad ningún
objeto se delimita lo suficiente, pero lleva consigo un corpus que fluye con
ello y es ello mismo. Nuestro cuerpo ha servido siempre como modelo para
diseñar la imagen de la máquina.
El día
de la máquina será ese en que se supere el deseo por hacer la máquina a nuestra
imagen.
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