LA AUSENCIA DE TACTO

Diógenes Larecio dice sobre Biante de Priena que “a un hombre impío que le preguntó qué cosa es la piedad, no le contestó nada; y cuando este le preguntó cuál era la causa de no responderle, dijo: Callo porque preguntas cosas que no te pertenecen”. Así hay muchas anécdotas de respuestas tajantes, unas de Biante, de Heráclito, de Diógenes de Sínope. En cambio, en el medio artístico actual abunda el tacto. Se hace por llevarlo bien con todos aunque no todos lo merezcan.

¿Qué es el tacto (verbal) si no una muestra de retórica? Una tolerancia justificada en cuanto a un concepto mal comprendido de la diplomacia. La diplomacia es hermosa, el tacto no lo es. El tacto verbal no es necesario cuando la diplomacia es entendida como lo que es, cuando está unida al pensamiento franco. Aún así, la franqueza no sirve de nada cuando está tramada con la ignorancia, y tristemente, el ignorante es el único que tiene relativo derecho de no saber que lo es, peor aún para el que se apega a la arrogancia. Quien, de todos los oficios posibles decide dedicarse al más abstracto, a pensar, tiene doble trabajo por hacer, el de hacerse de los medios necesarios para conocer, sin perder novedad, y también el de hacerse de los medios precisos para evitar la presunción. La falta de tacto de alguna manera se origina siempre en el ignorante, que, visitando las mismas escuelas, viviendo en el mismo estado, teniendo los mismos medios, a veces teniendo más, se deja ir por la facilidad, la tontería y el ocio.

¿Cómo se origina la ausencia de tacto? Por medio de la imprudencia del otro, por medio de la imbecilidad. Esta ausencia no se encuentra en ningún sentido justificada ni por argumento, es una bajeza producida por otra, el que piensa se enfada por verse obligado a la bajeza, la ausencia de tacto es una obligación, literalmente. Es una situación irremediable. 

Motivado en el escrito de Ikram Antaki “Ser escritor en México”

Ser escritor en México. Por IKRAM ANTAKI

París: el Salón del Libro

"No se puede ser a la vez embajador de Francia y poeta", decían los surrealistas a propósito de Paul Claudel. Sin embargo, el autor de "La zapatilla de satín" fue ambas cosas, como Saint John Perse y como Octavio Paz. El escenario de la vida pública está lleno de grandes escritores, y las frasecillas que pretenden enunciar principios y verdades no son más que paja frente a los castillos de la literatura. Gustamos de la paja, nos colgamos de textos que no hemos leído, para enunciar leyes que queremos imponer. Somos, los literatos de hoy, más policías que autores; muy modestos cuando se trata de escritores de otros siglos, nuestras dificultades empiezan con nuestros contemporáneos, los de nuestra generación. Nuestros cadetes sólo parecen tener encanto cuando nos imitan; nuestros mayores, a veces, tienen el mérito de descubrirnos. Al envejecer, todos mejoramos un poco; nos volvemos antiguos combatientes, habiendo atravesado esta gran tierra que es una existencia, y esta interminable guerra que es una carrera. A veces, descubrimos que la gloria está llena de cenizas y que el crédito de tal o cual no pasa de su generación.

A mí me ha tocado un periodo particularmente mísero. Los ex del 68 se han vuelto rentistas de su propio militantismo, cultivan los dogmas, viven en guettos y cubren el escenario nacional a través de una tubería mediática que hace creer en su predominio sobre la literatura de su tiempo. Un pensamiento de corte periodístico culmina en la vida pública diarios, radio, TV, mundanidades, multimedia, logra transformar en gran mística una subpolítica, en libertad el fanatismo y la obediencia, en humildad el orgullo. Al frenético se le llama visionario, y mesías al hombre más banal: libros, crítica elogiosa, premios y reconocimientos siguen.

Pocos son los que se alejan del rebaño; no les falta valentía. Habrá que saludar la obstinación que ponen en resistir a las sirenas del presente y pensar a contracorriente. Combatientes orgullosamente solitarios, dicen las cosas como las descubren, no como las imaginan a priori. Su "casa (no) es la palabra", como dicen los tontos; han aprendido a sus costillas la fragilidad de esta palabra que procede por medio de arrepentimientos, sucesivos y tanteos infructuosos, para tratar de expresar en vano la búsqueda agotadora de la expresión. Tienen en Baudelaire a un gran maestro: "Quiero estar en cualquier lado, con tal de que sea fuera del mundo", decía. La sociedad lo horrorizaba; del caos de su vida nacieron obras maestras. Yo no deseo, ni propongo que los escritores de mi tiempo y geografía se inscriban en margen, sino en paralelo a las grandes corrientes de su época. La literatura debe tratar de pensar la actuación de los hombres, distanciándose de ella, y la ironía tiene más peso crítico que la vindicta. Hay una literatura de gran señorío que se funda sobre la mentira, porque ha descubierto a tiempo que la vida es una fábula. ¡Bendita sea! Vale escribir sobe una abadía medieval en pleno siglo XX.

Hay otra literatura que sabe, con Dostoievsky, que el hombre es un misterio y que hay que elucidarlo. Entonces, todas las fuerzas del mundo, las más terribles, las más bellas, se introducen en la obra, que no busca atestiguar de nada. Hay una literatura retrospectiva, que hurga en el inmenso palacio de su memoria, para encontrar a un solo hombre, un yo inexprimable, "hijo de su tiempo, hijo de la increencia y de la duda" (Dostoyevsky, otra vez), que se pasea solitario a través de sensibilidades múltiples y épocas diferentes, emprende un diálogo prematuro con la muerte, y se vuelve grande tanto por lo que escribe como por lo que no ha podido decir o que no ha logrado publicar. Este hombre raro, no lo he encontrado aún en la literatura mexicana; no he encontrado este artista muy grande cuyo cuerpo es un efecto del alma, aquel frente al cual hay que vestirse por respeto. Dicen que Maquiavelo, antes de toda lectura, vestía como para una cena de gala. La verdadera literatura acaba siempre por ser una ceremonia. No importa qué quiso decir el autor en el fondo, o qué es lo que entendemos: un texto acaba siempre por escapar a su padre. Pero existe, en la herencia de los hombres, un momento en que otros hombres anónimos puedan abrir los libros, olvidar así toda miseria y, sin el menor tedio, dejan de temer la pobreza e incluso la muerte. Este momento glorioso es la prueba de la gran literatura.


Carta cuarta

No es que nosotros a veces parezcamos máquinas, el ser humano erigió máquinas a su imagen y semejanza como cuerpos complejos que requieren de cada uno de sus órganos. Cundo se concibió el golem, cuando Carel Kapek uso la palabra “robota”, designando así a unos humanoides autómatas, la noción de síntesis era desconocida, había sido muy ambiguamente tratada por la alquimia.

¿Qué es la síntesis? Es una reorganización o una producción completa, es la desmantelación de los códigos de una sustancia que es presentada en abstracto, o bien, para producirla de nuevo en base a su configuración al fin descubierta. Al fin abierta.

El golem, el robot, el mismo cyborg, son, todas, imágenes míticas que preceden a la síntesis, ésta, es la reinvención de la naturaleza. El proyecto del cyborg parecía dedicarse a asimilar un humanoide, un cuerpo humano lo más parecido a este. Pero no hay nada más parecido a un humano que otro. Entonces todo se trató del código, la clave, la llave. El clon humano es el humano sintético, el humano idéntico. La revuelta de la producción. Esta es una diferencia crucial entre sintético y artificial: toda síntesis de obtiene artificialmente, pero no todo artificio es síntesis.

Ahora, lo curioso, lo profundo, es que la imagen de cyborg no desaparecerá, entrará en esa multiplicidad de imágenes. Pero es más curiosa esa obsesión de la ciencia por alcanzar algo que ya no es, que no es si no ahora, y ahora siempre. El científico es como una caricatura de un Isaac Assimov que concibió un J.L. Borges en un sueño.

Sobre la máquina I

(Escritos antiguos.)

Últimamente, con más impulso, me he visto en la necesidad de comprenderme a partir del otro, y a partir de mí como otro que observa una máquina, como un mecanismo físico, funcional, con una cualidad excepcionalmente arquetípica, cuyo espacio concreto es un ser constructor, lógico, técnico, organizado. Doy este sentido a logos y techne, para dar a la construcción que pude ser teórica, filosófica, política, física, objetual, un espacio más allá de la ciencia, y si el arte como planteamiento, no lo permite, más allá de esta. El arquetipo de la máquina es incesante, escurridizo y cambiante.
Desde que el golem se convirtió en mito, hasta la idea moderna del robot, el mayor temor de la humanidad constructora de máquinas era el de la posibilidad de la conciencia ontológica de estas. Me encuentro en un momento y movimiento de emancipación, por muy sutil que sea, la necesidad de obligar a la imagen arquetípica de la máquina a hablar de sí misma y de evitar que su atención se centre en otra cosa que en sí, de admitir su composición como flujo no contenible en mi persona, flujo del cual soy solo cómplice. Sólo en el flujo nos hemos podido encontrar.  Esto quiere decir, y lo dogo casi con asombro, casi con familiaridad, casi lo digo “yo”, que si la máquina no trabaja es invisible y, necesariamente, que si trabajo en algo, realmente lo hace la máquina. La máquina que habla de la máquina, sitio en el cual me encuentro como un tercero.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...