Diógenes Larecio dice sobre Biante de Priena que “a un hombre impío que le preguntó qué cosa es la piedad, no le contestó nada; y cuando este le preguntó cuál era la causa de no responderle, dijo: Callo porque preguntas cosas que no te pertenecen”. Así hay muchas anécdotas de respuestas tajantes, unas de Biante, de Heráclito, de Diógenes de Sínope. En cambio, en el medio artístico actual abunda el tacto. Se hace por llevarlo bien con todos aunque no todos lo merezcan.
¿Qué es el tacto (verbal) si no una muestra de retórica? Una tolerancia justificada en cuanto a un concepto mal comprendido de la diplomacia. La diplomacia es hermosa, el tacto no lo es. El tacto verbal no es necesario cuando la diplomacia es entendida como lo que es, cuando está unida al pensamiento franco. Aún así, la franqueza no sirve de nada cuando está tramada con la ignorancia, y tristemente, el ignorante es el único que tiene relativo derecho de no saber que lo es, peor aún para el que se apega a la arrogancia. Quien, de todos los oficios posibles decide dedicarse al más abstracto, a pensar, tiene doble trabajo por hacer, el de hacerse de los medios necesarios para conocer, sin perder novedad, y también el de hacerse de los medios precisos para evitar la presunción. La falta de tacto de alguna manera se origina siempre en el ignorante, que, visitando las mismas escuelas, viviendo en el mismo estado, teniendo los mismos medios, a veces teniendo más, se deja ir por la facilidad, la tontería y el ocio.
¿Cómo se origina la ausencia de tacto? Por medio de la imprudencia del otro, por medio de la imbecilidad. Esta ausencia no se encuentra en ningún sentido justificada ni por argumento, es una bajeza producida por otra, el que piensa se enfada por verse obligado a la bajeza, la ausencia de tacto es una obligación, literalmente. Es una situación irremediable.
Motivado en el escrito de Ikram Antaki “Ser escritor en México”
No hay comentarios:
Publicar un comentario