IV
CONCLUSIONES
El proceso no ha sido una resolución, o un modo de representar al arte, ha sido más bien una afirmación:
El arte es puro proceso
Esta concepción estará determinada a sustituir no sólo al objeto artístico como producto único del arte, sino a la propia concepción del arte. Si el arte es sólo proceso, carece de sentido la existencia de la obra de arte como protagonista, éste desplazamiento por el cual el objeto no es único y no es irrefutable, permite la disociación de la identidad de lo artístico. A su vez, entonces, remite a la postura de la ciencia como monopolio del conocimiento (notarán la constante de mencionar que el arte es una forma de conocimiento, esto cambió por la noción de racionalidad, es decir, en lugar de decir que "el arte es conocimiento", hay que decir "el arte es racional"), ¿cómo puede haber conocimiento donde no hay continuidad? El discurso científiico como monopolio, el objeto experimental como mecanismo de prueba, no se encuentra en tanta cercanía con la política del no cuerpo. El arte se enuncia como proceso, pero el proceso no se enuncia como arte. Este es el motivo por el cual el arte de proceso, el arte conceptual y post conceptual tienen una relación estrecha con la filosofía contemporánea, porque proponen estados incorpóreos (esto se refiere específicamente al poshumanismo, pero debo también cuestionar su naturaleza para evitar también se convierta en tentación por lo nuevo). La concepción de delitos sin pruebas, de objetos artísticos que no necesitan ser registrados, eventos que no pueden ser vistos, “procesos no demostrables donde uno mismo es el receptor”, son parte de la naturaleza práctica de la eliminación del cuerpo y la identidad. El estatus corporal/objetual, la prueba continua, es lo que el arte obtenía con la presencia de piezas artísticas. Si el arte de proceso se abandona a una naturaleza de no prueba, se estará ejecutando una identidad de la ausencia, una política atemporal, del no registro cuyas posibilidades realmente giran en torno a la disociación. Es un suceso muy oportuno que el arte y su contenido encuentren la identidad en su ausencia, y que nunca haya estado más que en su propio proceso de descomposición.
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