"El efecto político de la máquina sobre sí misma" es un statement de artista, el primero que hice seriamente.
Es antiguo, me resulta gracioso, pero en su momento fue importante, ahí se presenta de golpe la idea de que llegamos tarde al objeto de arte, incluso el artista. Se plantea en el escrito el asunto de la máquina y el proceso de artista. Se empieza a mostrar mi relación estrecha con el texto. Se trata de poner en tela de juicio la autoría y la propiedad, la noción de "obra". Por cierto, se define al arte como "situación excepcional", lo cual es una noción interesante, pero no la recordaba, y se habla de que política, estética y arte comparten el hecho de dar o suprimir valor a sus objetos, creo que también con esto podría trabajar, pulirlo.
La propuesta básicamente era: Se construye un objeto de arte o se escribe algo, pero la máquina lo encuentra primero, nosotros llegamos tardea al acontecimiento. Cuando creemos tener la primicia, la máquina ya está en otro sitio al cual llegaremos tarde también.
Para hacerlo menos confuso pondré en otro color la letra de las partes que hacen muy extensos los enunciados, es decir que se puede leer de corrido sin las partes que vienen asíííííííí.
EL EFECTO POLÍTICO DE LA MÁQUINA SOBRE SÍ MISMA
En estos momentos, para fines de un arte procesual y serial, cuya cualidad más sana es la de negar un objeto representativo (o presentativo) que esté considerado concluso o definitivo, el arte es la búsqueda de una búsqueda. Dicho de otro modo uno (me refiero a quienes producimos en serie) inserta algo en la máquina (por máquina entiéndase algo que no es cerebral, ni siquiera psicológico, sino un mecanismo en el que se involucra el deseo con sus efectos, un objeto dedicado a no parar que puede depositar su atención sobre cualquier cosa que parezca tener valor para consumirlo y tal vez abandonarlo después, o bien sólo para seguir funcionando) y aunque hay conceptos que se insertan por sí mismos, se determina a buscar relaciones entre tales conceptos y sus posibilidades, situaciones comunes que al reconocer tomamos como patrón. Esto parece ser oportuno para hablar de cómo se hace el arte, pero ello no sirve de nada si la máquina no es legible. La tarea más difícil es, entonces, y sólo hasta que esta situación es muy clara, encontrar a ese motor de búsqueda.
Lo que produce o encuentra la máquina no es propio de nosotros. La máquina siempre encuentra, pero si en quien produce no hay una búsqueda y encuentro con la máquina, no sucede otra cosa que su fino o crudo hallazgo, del cual casi todo es ajeno a nosotros: hemos llegado en segundo lugar.
Se ha llegado a un evento que ya ha sido encontrado por un mecanismo que no es precisamente nuestra persona. Ese es actualmente uno de mis puntos de partida, mi presencia ante un proceso maquinal y abstractivo que no puedo detener ni contener, un flujo conceptual simultáneo cuya velocidad dificulta que se pueda siquiera verbalizar su motivo y su cambio, del cual todo lo que escribo es un efecto tardío, es huella, registro indicial, letargo de un proceso maquinal cuyo discurso es un elemento secundario o terciario. Sin embargo aunque no se limita a un asunto mío, esa principal duda (que es ya un hallazgo) de lo que sucede con el objeto artístico y nuestro retardado encuentro con él en el espacio determinado para su consumo, es lo que me atañe perseguir, con la premisa de que todo objeto artístico o seudoartísitco que se presenta es efectivamente un retardo.
Esta consideración, que en la misma cuestión espero sea mía, es que se pueden identificar dos hallazgos: el de la máquina y el nuestro, en ese orden. Aquí el carácter impersonal se hace evidente, el hallazgo que el artista supone propio es mucho más cercano a la emancipación que a la apropiación.
Ambos siguen siendo actos políticos. Esto para mí es muy importante, pues representa dos esquemas de la moral de la propiedad intelectual que maneja el arte, y se involucran también en el discurso político y estético, en el espacio en que arte, política y estética buscan un sólo propósito: el de dar o suprimir valor a sus objetos.
El primer esquema es semicompetitivo, pues la connotación de competitividad no es propia del estado maquinal, es decir, la máquina no está compitiendo por llegar primero, sólo busca o procesa. En este esquema el crédito puede ser adjudicado a la máquina por llegar primero al sitio donde la situación excepcional se encuentra.
El segundo esquema me permite a mí una legitimidad de índole social, cuyo valor es de mano de obra. En este esquema el productor serial es un “nosotros” un elemento de la masa, por lo tanto un impersonal. Es un individuo de trabajo ante un motivo mayor (como el arte) o un propósito qué alimentar o construir.
Pero la situación en la que me encuentro escribiendo y encontrando en el escrito sólo para volver a tener algo de qué escribir y poder continuar con el proceso, me convierte en un individuo invertido. Es de ésta condición que depende la separación y unión de los dos esquemas: quién es mano de obra y quién genera el hallazgo.
Aunque para el segundo esquema de la moral de propiedad intelectual el mérito se encuentra en la masa, y así pudiera ser mío, eso sólo se debe a un supuesto valor de trabajo, el trabajo de seguirle el paso a la máquina. En cualquiera de los dos esquemas, puesto que la máquina es puro automatismo, el efecto político de propiedad es una crueldad, pues esa indagación, esa búsqueda de la máquina es mi correspondiente y único trabajo. La máquina nunca disfrutará siquiera un poco la delicia del valor intelectual o artístico de haber llegado primero, de tocar primero el hallazgo, de llegar al objeto con las propiedades de situación excepcional, y por supuesto, yo tampoco.
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